¿Por qué hablamos tanto?, ¿no
tenéis esa impresión?, es fácil comprobar que apenas hay dos o tres personas
reunidas o cerca unas de otras, tiene que haber una conversación por medio.
Cada cual habla, cuenta en primera persona aquello que le sucede, y esto es
casi lo peor que se puede hacer, pues de seguida el otro dice: “bueno eso es
poco para lo que me sucedió a mí”, y comienza el “a mí más”; las voces se van
elevando, es como una carrera donde nadie quiere quedar el último.
Mucha parte de ese tiempo se habla
de cosas por rellenar los espacios de pausa, a veces no se sabe que decir, pero
se añade algo porque parece que el silencio es vacío, algo sin valor, e incluso
a alguien le he oído que le pone mal estar en silencio, sin embargo a muchas
otras personas les llena ese estado, e irremediablemente lo necesitan.
No estoy diciendo que no nos
comuniquemos, todo lo contrario, pienso que es necesario en muchas ocasiones, e
incluso es muy satisfactorio tener un tiempo de conversación reposada con otras
personas, intercambiar impresiones sobre algo, pues además nos ayuda a
conocernos.
Sin embargo, en muchas ocasiones,
la mayoría de las veces deberíamos controlar más el impulso improductivo de
hablar por hablar, y cambiarlo por la observación interior y exterior, que es
tan enriquecedora, al mismo tiempo que nos enseña. Hablo de ser más moderados
con nosotros y con los demás, pues al actuar con la lengua fácil, hablamos más
de lo recomendable, somos por tanto menos precisos, en muchas otras
oportunidades hacemos más daño, ofendemos más, o simplemente somos más
impertinentes.
Guardemos nuestra energía para
actuar cuando la situación lo requiera, empleemos las palabras para tratar de
decir lo justo, necesario, bueno y bonito que veamos en los demás. Fabriquemos
la paciencia, la tolerancia, la prudencia, y todo aquello que represente
respeto hacia nosotros y los demás. El silencio es una vía hacia este hermoso
proceder con la humanidad, pudiendo acercarnos a la grandeza interior, tan
necesaria para convertir el vivir en algo grande, infinitamente hermoso y
placentero.
Acompaña lo expuesto, ese saber
estar, con el propósito de ayudar, de aprender, de ofrecerse a los demás. Pocas
cosas hay en la vida que den más y cuesten menos, que la entrega sincera,
conocer donde estamos, quienes somos, y darnos a los demás. Comprendo que en
muchas ocasiones no estamos a la altura, que nos equivocamos, y no pasa nada,
es mucho más interesante tener la intención, volver una y otra vez a nuestra
conciencia. Sé que nos distraemos, pero el tiempo que estemos viviéndonos
conscientemente, ya que es una facultad que tenemos todos, nos va a aportar
tranquilidad, seguridad y equilibrio, aunque otros crean que esto es una
paranoia, una rareza, un estar sin sentido o cualquier otra interpretación, que
cada cual está en su derecho a realizar. Es lógico pensar de una u otra forma,
cada cual es diferente, y no hablo de anular las peculiaridades individuales,
sino de apreciar lo que somos y lo que son los demás.
Se hace difícil llegar a este
estado reflexivo-observador si se vive fuera totalmente, que es lo que pienso
sucede casi todo el día en la existencia de una gran mayoría de personas. Es
por ello, que cuando falta el estar fuera la gente se aburre y le cuesta estar
consigo. No pueden mantenerse dentro de la casa, dentro de una habitación
durante mucho tiempo, se deprimen, le falta lo exterior porque no aprendieron a
vivirse interiormente. Y dentro hay una gran riqueza, la grandeza que tu eres,
que somos todos, ¡prestadle atención por favor!, comprenderéis de lo que hablo.
Tenemos todo el potencial para ser quien queramos ser, para construir nuestras
vidas, para ejercitarnos en la dirección que deseemos. Encerramos todo el amor
que nos posibilita abrazar al mundo, a la humanidad, a todos los seres vivos, y
¿qué hacemos mientras lo descubrimos?, yo diría: “distraernos”.
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