Hoy vamos a permitirnos soñar,
vamos a imaginar un mundo mejor para todos, un mundo dónde no tengan cabida las
conductas indignas de los seres humanos. Dónde engañar, mentir, robar,
maltratar y mucho menos matar; han dejado de existir por incompatibilidad con
la inteligencia humana.
Este es el rincón de la utopía y
tengo que rendirle homenaje a tan codiciado término. Es por ello, que me van a
permitir que dedique unas letras, al bello arte de soñar con una sociedad en
armonía, en paz, y proyectada desde la nobleza de las cabezas pensantes, cuyo
objetivo único es el bienestar de todos. ¿Es posible?
Cada acto proyectado por quién
quiera que sea, ha de haber contemplado, con anterioridad a su ejecución, las
posibles repercusiones sobre la población humana, animal, plantas, aire, agua,
etc.; y siempre primarán los beneficios en términos de salud y bienestar, sobre
cualquier beneficio de otro orden. Así sea riqueza, prestigio, fama, ranking,
records, egoísmo personal, empresarial o de otra índole.
Actualmente, sucede al contrario
de lo expresado en el párrafo anterior, la especulación va en cabeza, así como
la explotación, los números, las cuentas de beneficios, los movimientos
financieros, el liderazgo empresarial, la competitividad, la derrota de los
competidores si es posible, la agonía de copar la mayor parte del mercado
potencial, las estrategias amañadas con letras pequeñas para conseguir más
clientes, cifras desorbitantes abonadas en concepto de publicidad, mucha
rivalidad y nada de compartir un crecimiento proporcionado y racional para
todos los que participan de un mismo entorno industrial o comercial.
Tenemos que aprender de nuevo,
tenemos que olvidar lo que aprendimos la primera vez que nos enseñaron a
defender ese juguete, porque nos dijeron que debíamos decir: “es mío”, “no te
lo presto”, y cosas así. En aquel momento aprendimos un sentido de la
propiedad, que nos ha distanciado a los unos de los otros, que ha creado lucha
por lo que teníamos que defender, y nos ha hecho temer por lo que creyendo era
nuestro podíamos perder. Esta creencia y temor se dan al mismo tiempo, y no
dejamos de reproducirlo desde nuestra infancia.
Tendremos que cambiar el paso,
porque tal como vamos, la situación no podemos decir que es muy favorable para
la mayoría. Tenemos que recapacitar más en lo que estamos ofreciendo al
conjunto de la sociedad, debemos hacerlo todos sin excepción alguna, porque
para suerte o desgracia de todos, estamos en el mismo barco. Aunque la cubierta
de la embarcación sea lo suficientemente amplia, como para que no nos veamos
todos las caras. Todos estamos al mismo tiempo en la misma dimensión, y tarde o
temprano, todo cuanto hagamos tiene repercusión sobre todos. A veces son
fenómenos naturales que tienen su origen en la excesiva contaminación, o bien
en la agresiva especulación de recursos en el fondo marino, o bien en cualquier
otro lugar del planeta.
Es una necesidad que cada uno de
nosotros cambie ya, no dentro de dos meses, o de un año, tiene que ser ahora.
No hay tiempo para adecuarse a lo que debería haber sido una situación natural
de inteligencia humana, el reto más sobresaliente, comportarnos como verdaderos
seres civilizados y responsables. Por tanto, tenemos que medir, a partir de
ahora mismo, las posibles repercusiones que tendrán nuestros actos futuros;
porque debemos evitar el sufrimiento innecesario a los demás, al mismo tiempo
que procuremos el bienestar, la satisfacción de todos. Para ello, debemos
ofrecer amor y cooperación, abandonar el mercado de armas y sustancias que
traen muerte y desgracia a las personas.
Cuando se produzca algo, que sea
bueno, sano, y esté al alcance de todas las personas que lo necesiten. Las
grandes compañías tienen que poner fin a la especulación desmedida, que es
capaz, como sucede hoy, de anteponer su crecimiento y ganancias a la salud y a
la seguridad de la humanidad. Esto está ocurriendo desde hace años, permitido
por las organizaciones, que deberían ser las encargadas de cuidar esos aspectos
del bienestar de la población mundial, pero hacen la vista gorda, son
permisivas o compradas por las multinacionales.
Mientras sucede este atropello a
la igualdad y el amor a nuestros semejantes, sean de la raza que sea, religión
o condición, millones de niños y personas de todas las edades mueren por falta
de alimentos o medicamentos, otro porcentaje enorme de la población mundial
empobrece a pasos agigantados. Las tragedias atmosféricas se suceden en
diversas partes del planeta, las guerras no terminan porque la industria
armamentística ayuda a que los conflictos bélicos incendien las poblaciones; y
para colmo algunos lideres religiosos en su falta de cordura llaman a sus
fieles a la locura colectiva, a las revueltas y a que aniquilen a personas que
piensen de otro modo; ¿qué clase de mente religiosa hace esto?
Como podemos ver, todo este
desbarajuste tiene que acabar cuanto antes, pues de lo contrario el hombre
seguirá siendo infeliz hasta el final de los tiempos, que de seguir así es
posible que no tarde demasiado.
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